La joven periodista

María Victoria disfrutó de una juventud privilegiada dada la posición de su familia y aprovechó esta circunstancia para desarrollar una sensibilidad singular hacia lo que la rodeaba y para consolidar su afición a las letras.
Encauzó su querencia hacia el periodismo comenzando estudios formales de esta materia en 1945; ampliaba así la educación que había recibido de sus institutrices y maestras, pues apenas experimentó la enseñanza reglada. Para asistir a sus clases en la Escuela de Periodismo, María Victoria repartió su vida entre Madrid y A Coruña.
En este tiempo, que podríamos denominar formativo, se aprecian ya algunas tendencias presentes en su vida adulta: su sensibilidad hacia la cultura gallega (trabará amistad con Otero Pedrayo, entrevistará a W. Fernández Flórez o Gala Murguía), una incipiente querencia hacia el pensamiento liberal y una creciente apertura hacia el feminismo.
Apenas licenciada conocerá en 1949 al que será su esposo Felipe Fernández Armesto, con el que contraerá matrimonio en 1950. Juntos materializarán una de las aspiraciones de María Victoria en su juventud: viajar y escribir crónicas sobre el mundo y la vida que había más allá de la España de la posguerra.

Esta distinción, que obtuvo en 1948, retrata ante nuestros ojos la juventud de María Victoria. Transcurre como se espera de una señorita de la alta sociedad: paseos a caballo, actos sociales, tardes en la playa de Santa Cristina, bailes, etc.
Era joven, guapa y muy popular por su carácter sociable y por su preferencia por las causas y obras benéficas, entre las que destaca su compromiso con la Ciudad de los Muchachos cuyo comité ejecutivo presidió en 1948.

En la España de 1945 apenas había mujeres periodistas; aún eran menos las que como María Victoria optaban por adquirir una enseñanza específica en la Escuela de Periodismo. Serían tres cursos al cabo de los cuales se graduaría, siendo recibida en su ciudad natal en un acto singular presidido por el propio alcalde herculino, Alfonso Molina.
Amplió esta formación reglada con la exploración de la literatura -sobre todo la presente en la biblioteca familiar del pazo de Miraflores- y de las oportunidades que la vida capitalina le ofrecía.
Este conjunto de experiencias derivaron en una solida base cultural, con un poso permanente y enriquecedor tanto en su persona como en su obra.

María Victoria comenzó su larga carrera profesional antes de licenciarse. Escribe todos los días e incluso antes de graduarse publicará en La Voz de Galicia, La Noche o Pueblo pequeños artículos firmados inicialmente bajo seudónimo (V. Lauris, Lauris, Claudio Calaterra).
Sus piezas destacan por su estilo ágil y directo y por una variedad de temas que refleja su interés por lo que la rodea, intercalando asuntos sociales y culturales generalmente ligados a la actualidad. Su sección Estafeta madrileña será una crónica singular de su vida madrileña y marca el inicio de una de las vertientes de su carrera profesional: la de corresponsal para sus lectores gallegos de sus vivencias en otros lugares.

María Victoria y Felipe se conocieron en 1949, cuando ella le entrevistó. Él tenía a sus espaldas una sólida carrera profesional como corresponsal y había vivido en primera persona algunos de los sucesos más relevantes de su tiempo como el ascenso del partido Nacionalsocialista en Alemania o la resistencia británica durante la Segunda Guerra Mundial. Sus crónicas en el diario ABC o La Vanguardia aparecían bajo el seudónimo Augusto Assía, bajo el que publicó también otras obras de perfil periodístico.
María Victoria se refería así a él en una entrevista al poco tiempo de conocerlo:

Aquella entrevista de 1949 unió a dos personas que tenían mucho en común, a pesar de su diferencia de edad:

El Pazo de Miraflores acogió la celebración de su matrimonio el 15 de agosto de 1950 al que asistió no sólo gran parte de la buena sociedad coruñesa sino también un nutrido grupo de periodistas e intelectuales.
De esa unión nacería un único hijo, Juan Fernández-Armesto Fernández-España.